Llegué a mi destino. Todo el tiempo que había estado corriendo merecía
por fin la pena. Me encontraba en una enorme colina, espesa, algo inclinada. No
muy lejos de allí se alzaba un gran castillo de piedra con un estilo similar al
de los últimos tiempos del medievo. Comencé a bajar por la colina, dirigiéndome
hacia allí, y llegué a una zona lisa. Se podía ver un río a mi izquierda, tan amplio
que más bien parecía un lago.
Miré a mi alrededor y divisé a algunos de mis amigos a lo lejos, sentados
en el césped bajo un gran roble, charlando y riendo. Los saludé con la mano,
pero sin acercarme. Seguí caminando, y a los pocos pasos me pareció ver un
sutil camino de piedras en la parte izquierda de la colina. Lo seguí con la
mirada y vi que se perdía en el horizonte sobre ésta, y luego llegaba hasta el
castillo y continuaba por la parte de atrás, a través de lo que parecía el
comienzo de un bosque. Quería saber adónde llevaba, de modo que decidí acercarme.
Caminé con cuidado entre algunos arbustos que había en el camino y, de
pronto, uno de mis amigos (que no había visto antes con los demás) apareció
delante de mí y empezó a hablarme. En silencio, observé sus labios moverse al
son de sus palabras, pero tras algunos segundos, mi vista volvió al camino de
piedras y el castillo. Permanecí allí alrededor de un minuto, luego sonreí
amablemente, me despedí y reemprendí mi camino. No recuerdo absolutamente nada
de lo que dijo. No me importaba demasiado en aquel momento.
Tras algunos minutos conseguí al fin acariciar la fría piedra del
castillo y seguí caminando hasta el otro lado de la construcción, el cual no
podía ver anteriormente. Cuando apareció ante mí aquel extraordinario paisaje
que había permanecido oculto hasta entonces, por un momento se me detuvo la
respiración y mi vista comenzó a nublarse, y un extraño pero maravilloso
sentimiento me recorrió todo el cuerpo, haciendo que la piel se me erizara.
Allí estaba la continuación del río o lago que había visto antes, el cual ahora
parecía distinto, más transparente, tal vez podría decir que incluso… mágico. Y
al otro lado se hallaba el paisaje del que no podía apartar la mirada, un
frondoso bosque repleto de una vegetación pintada con los verdes más bellos e intensos
que jamás podría haber imaginado, incontables árboles que se alzaban hasta
rozar las nubes y sólo permitían a los rayos del sol colarse entre algunos
recovecos, y todo tipo de flores, arbustos y plantas. Podía escuchar el cantar
de los pájaros, algunos paseando por el aire a sus anchas y otros que parecían
observarme desde lo alto de algunas ramas, trinando a coro con los leves sonidos
de otros animales que habría entre toda aquella espesura, pero que yo no
alcanzaba a ver. Desde el otro lado podía sentir el olor a tierra húmeda, mezclado
con el dulce perfume que desprendían las más de mil clases de flores que
parecía haber allí; incluso el musgo que cubría algunas rocas en el lago desprendía
una intensa y profunda fragancia. Una mezcla de olores apacible, pura, que
invitaba a cerrar los ojos y aspirarla, a llenarse los pulmones y, más que eso,
deleitar toda el alma. Era maravilloso. Parecía una especie de paraíso.
Deseé explorarlo, desprenderme de mi calzado y acariciar con manos y pies
la suave y húmeda hierba que cubría la tierra, acercar mi nariz a pocos
centímetros de aquellas flores y permanecer allí tanto tiempo como deseara. Tal
vez el resto de mi vida. Deseé, e incluso sentí la necesidad imperiosa de
adentrarme en las profundidades de ese paraíso, descubrir los secretos y las
maravillas que ocultaba, y poder guardarlo y protegerlo por siempre.
Pero el lago se interponía entre
donde yo estaba y aquel bello lugar, de modo que no podía llegar hasta allí. Miré
a mi alrededor buscando algún modo de cruzar el lago. Era demasiado grande y
parecía profundo; no sabía nadar, temía ahogarme. Pude ver un pequeñísimo
saliente en la pared del castillo, sobre el que podría caminar si iba con
cuidado. Miré a aquel paraíso de
nuevo, y toda esa extraña mezcla de sensaciones se intensificó en mí. Deseaba
de todo corazón ir allí.
De modo que me acerqué al saliente, subí con cuidado y comencé a caminar
sobre él, despacio, con cuidado. Paso a paso, me acercaba cada vez más, podría
al fin disfrutar de ese precioso paisaje y adentrarme en su interior. Sólo un
poco más… Pero aquel saliente tenía un final, se hacía cada vez más estrecho y
llegaba un punto en que desaparecía, aún a mitad de camino. Seguí caminando
hasta que ya no pude continuar, y vi delante de mí, en el lago, algo que no recordaba
haber visto antes: una pequeña roca, toda cubierta de musgo, entre la pared del
castillo y el otro lado del lago.
Entonces me di cuenta. Podía perfectamente saltar a la roca y luego alcanzar
el bosque, pero cuando quisiera volver, me sería imposible. La roca estaba en
un nivel mucho más bajo que el saliente del muro, y éste no era lo
suficientemente grande como para agarrarme a él, de modo que caería al agua. A
primera vista, el agua no tendría por qué significar un gran problema, pero
había algo extraño en ella. No sabía qué era, pero sobre ella parecía flotar
una especie de aura invisible que me helaba la sangre, me aterrorizaba. No
había percibido el cambio, pero al volver a observarla percibí que no era tan
clara como antes, que de hecho tenía un extraño tono oscuro, como si alguien
hubiera derramado tinta negra sobre ella y se extendiera despacio formando indefinidas
formas onduladas. Sólo con mirarla desaparecía esa sensación de bienestar que podía
invadirme con un solo vistazo al resto del paraíso.
De ningún modo me atrevía siquiera a rozar ese agua.
No podía saltar a la roca, ya que nunca podría volver atrás. Miré aquel
lugar por última vez, suspiré y bajé la cabeza con decepción, y con unas ganas
horribles de romper a llorar. Pero no podía hacerlo, porque si lloraba perdería
la fuerza y caería. Miré atrás y comencé a retroceder sobre mis pasos. Bajé la
vista hacia el agua, y observé algo extraño: era como si el nivel de ésta
hubiera disminuido enormemente, y yo estaba tan alta que no podía evitar que una fuerte sensación de
vértigo se apoderase de mí. Cerré los ojos y me aferré fuertemente a los huecos
de la pared de piedra. Odiaba las alturas.
Vamos, dijo una voz en mi
cabeza, venga. Sabes que puedes. Venga.
- No, no puedo… -suspiré con voz temblorosa.
Eres idiota. Por supuesto que
puedes. Has sido capaz de llegar hasta aquí, ahora sólo necesitas volver sobre
tus pasos. ¡Venga! ¿Tan cobarde eres?
Abrí los ojos. La arrogancia de aquella vocecita me sacaba de quicio, y
cerré los puños con fuerza. Aunque no sabía con quién me enfadaba, creo que
conmigo misma. Por no haber sido capaz de saltar a la roca y ahora tampoco ser
capaz de volver atrás. Pero fue precisamente esa rabia la que me dio fuerzas
para continuar moviéndome. Tenía que regresar.
Seguí caminando, despacio. Un paso, dos pasos… Venga, venga, sabes que puedes, repitió de nuevo la voz en mi
cabeza. Cinco, seis pasos…
Por fin, llegué.
Y allí estaba, en el lugar donde había empezado, contemplando con
amargura en la distancia aquel paraíso
inalcanzable. Había estado a un paso de él. Un solo paso. Pero ya no podría
haber regresado. Nunca. Y al fin y al cabo, me gusta este lugar. La gente bajo
el roble, el castillo, el verde y brillante prado. No quería perderlo. Sonreí, bajé
la cabeza y di media vuelta, para alejarme definitivamente.
O.O me giusta muncho... espero haber captado la metáfora ><
ResponderEliminarNena un día nos vamos tu y yo al paraíso ese, sólo hay que juntar dinero y comprarnos una barquica de decathlon!!!
XD
No en serio, es muy bunito ^^
Jajaja XDDD No creo que una barquica del Decathlon nos lleve allí XD
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado, nena =P Y no sé si has captado la metáfora, no has dicho nada más O_o jajaja XD
Thanks por el comment!! ^^