"Make'em laugh, make'em cry, but over all... make'em wait"
(C. Dickens)

domingo, 9 de enero de 2011

Paraíso inalcanzable


Llegué a mi destino. Todo el tiempo que había estado corriendo merecía por fin la pena. Me encontraba en una enorme colina, espesa, algo inclinada. No muy lejos de allí se alzaba un gran castillo de piedra con un estilo similar al de los últimos tiempos del medievo. Comencé a bajar por la colina, dirigiéndome hacia allí, y llegué a una zona lisa. Se podía ver un río a mi izquierda, tan amplio que más bien parecía un lago.
Miré a mi alrededor y divisé a algunos de mis amigos a lo lejos, sentados en el césped bajo un gran roble, charlando y riendo. Los saludé con la mano, pero sin acercarme. Seguí caminando, y a los pocos pasos me pareció ver un sutil camino de piedras en la parte izquierda de la colina. Lo seguí con la mirada y vi que se perdía en el horizonte sobre ésta, y luego llegaba hasta el castillo y continuaba por la parte de atrás, a través de lo que parecía el comienzo de un bosque. Quería saber adónde llevaba, de modo que decidí acercarme.
Caminé con cuidado entre algunos arbustos que había en el camino y, de pronto, uno de mis amigos (que no había visto antes con los demás) apareció delante de mí y empezó a hablarme. En silencio, observé sus labios moverse al son de sus palabras, pero tras algunos segundos, mi vista volvió al camino de piedras y el castillo. Permanecí allí alrededor de un minuto, luego sonreí amablemente, me despedí y reemprendí mi camino. No recuerdo absolutamente nada de lo que dijo. No me importaba demasiado en aquel momento.
Tras algunos minutos conseguí al fin acariciar la fría piedra del castillo y seguí caminando hasta el otro lado de la construcción, el cual no podía ver anteriormente. Cuando apareció ante mí aquel extraordinario paisaje que había permanecido oculto hasta entonces, por un momento se me detuvo la respiración y mi vista comenzó a nublarse, y un extraño pero maravilloso sentimiento me recorrió todo el cuerpo, haciendo que la piel se me erizara. Allí estaba la continuación del río o lago que había visto antes, el cual ahora parecía distinto, más transparente, tal vez podría decir que incluso… mágico. Y al otro lado se hallaba el paisaje del que no podía apartar la mirada, un frondoso bosque repleto de una vegetación pintada con los verdes más bellos e intensos que jamás podría haber imaginado, incontables árboles que se alzaban hasta rozar las nubes y sólo permitían a los rayos del sol colarse entre algunos recovecos, y todo tipo de flores, arbustos y plantas. Podía escuchar el cantar de los pájaros, algunos paseando por el aire a sus anchas y otros que parecían observarme desde lo alto de algunas ramas, trinando a coro con los leves sonidos de otros animales que habría entre toda aquella espesura, pero que yo no alcanzaba a ver. Desde el otro lado podía sentir el olor a tierra húmeda, mezclado con el dulce perfume que desprendían las más de mil clases de flores que parecía haber allí; incluso el musgo que cubría algunas rocas en el lago desprendía una intensa y profunda fragancia. Una mezcla de olores apacible, pura, que invitaba a cerrar los ojos y aspirarla, a llenarse los pulmones y, más que eso, deleitar toda el alma. Era maravilloso. Parecía una especie de paraíso.
Deseé explorarlo, desprenderme de mi calzado y acariciar con manos y pies la suave y húmeda hierba que cubría la tierra, acercar mi nariz a pocos centímetros de aquellas flores y permanecer allí tanto tiempo como deseara. Tal vez el resto de mi vida. Deseé, e incluso sentí la necesidad imperiosa de adentrarme en las profundidades de ese paraíso, descubrir los secretos y las maravillas que ocultaba, y poder guardarlo y protegerlo por siempre.
 Pero el lago se interponía entre donde yo estaba y aquel bello lugar, de modo que no podía llegar hasta allí. Miré a mi alrededor buscando algún modo de cruzar el lago. Era demasiado grande y parecía profundo; no sabía nadar, temía ahogarme. Pude ver un pequeñísimo saliente en la pared del castillo, sobre el que podría caminar si iba con cuidado. Miré a aquel paraíso de nuevo, y toda esa extraña mezcla de sensaciones se intensificó en mí. Deseaba de todo corazón ir allí.
De modo que me acerqué al saliente, subí con cuidado y comencé a caminar sobre él, despacio, con cuidado. Paso a paso, me acercaba cada vez más, podría al fin disfrutar de ese precioso paisaje y adentrarme en su interior. Sólo un poco más… Pero aquel saliente tenía un final, se hacía cada vez más estrecho y llegaba un punto en que desaparecía, aún a mitad de camino. Seguí caminando hasta que ya no pude continuar, y vi delante de mí, en el lago, algo que no recordaba haber visto antes: una pequeña roca, toda cubierta de musgo, entre la pared del castillo y el otro lado del lago.
Entonces me di cuenta. Podía perfectamente saltar a la roca y luego alcanzar el bosque, pero cuando quisiera volver, me sería imposible. La roca estaba en un nivel mucho más bajo que el saliente del muro, y éste no era lo suficientemente grande como para agarrarme a él, de modo que caería al agua. A primera vista, el agua no tendría por qué significar un gran problema, pero había algo extraño en ella. No sabía qué era, pero sobre ella parecía flotar una especie de aura invisible que me helaba la sangre, me aterrorizaba. No había percibido el cambio, pero al volver a observarla percibí que no era tan clara como antes, que de hecho tenía un extraño tono oscuro, como si alguien hubiera derramado tinta negra sobre ella y se extendiera despacio formando indefinidas formas onduladas. Sólo con mirarla desaparecía esa sensación de bienestar que podía invadirme con un solo vistazo al resto del paraíso. De ningún modo me atrevía siquiera a rozar ese agua.
No podía saltar a la roca, ya que nunca podría volver atrás. Miré aquel lugar por última vez, suspiré y bajé la cabeza con decepción, y con unas ganas horribles de romper a llorar. Pero no podía hacerlo, porque si lloraba perdería la fuerza y caería. Miré atrás y comencé a retroceder sobre mis pasos. Bajé la vista hacia el agua, y observé algo extraño: era como si el nivel de ésta hubiera disminuido enormemente, y yo estaba tan alta que  no podía evitar que una fuerte sensación de vértigo se apoderase de mí. Cerré los ojos y me aferré fuertemente a los huecos de la pared de piedra. Odiaba las alturas.
Vamos, dijo una voz en mi cabeza, venga. Sabes que puedes. Venga.
- No, no puedo… -suspiré con voz temblorosa.
Eres idiota. Por supuesto que puedes. Has sido capaz de llegar hasta aquí, ahora sólo necesitas volver sobre tus pasos. ¡Venga! ¿Tan cobarde eres?
Abrí los ojos. La arrogancia de aquella vocecita me sacaba de quicio, y cerré los puños con fuerza. Aunque no sabía con quién me enfadaba, creo que conmigo misma. Por no haber sido capaz de saltar a la roca y ahora tampoco ser capaz de volver atrás. Pero fue precisamente esa rabia la que me dio fuerzas para continuar moviéndome. Tenía que regresar.
Seguí caminando, despacio. Un paso, dos pasos… Venga, venga, sabes que puedes, repitió de nuevo la voz en mi cabeza. Cinco, seis pasos…
Por fin, llegué.
Y allí estaba, en el lugar donde había empezado, contemplando con amargura en la distancia aquel paraíso inalcanzable. Había estado a un paso de él. Un solo paso. Pero ya no podría haber regresado. Nunca. Y al fin y al cabo, me gusta este lugar. La gente bajo el roble, el castillo, el verde y brillante prado. No quería perderlo. Sonreí, bajé la cabeza y di media vuelta, para alejarme definitivamente. 

2 comentarios:

  1. O.O me giusta muncho... espero haber captado la metáfora ><
    Nena un día nos vamos tu y yo al paraíso ese, sólo hay que juntar dinero y comprarnos una barquica de decathlon!!!

    XD
    No en serio, es muy bunito ^^

    ResponderEliminar
  2. Jajaja XDDD No creo que una barquica del Decathlon nos lleve allí XD
    Me alegro de que te haya gustado, nena =P Y no sé si has captado la metáfora, no has dicho nada más O_o jajaja XD

    Thanks por el comment!! ^^

    ResponderEliminar