-->
Suena el
despertador del móvil en mi mesita de noche. Las seis y veinticinco de la
mañana. Anoche me acosté tarde estudiando para el examen de Historia de hoy y
estoy muerta de sueño, de modo que alargo el brazo y, abriendo los ojos como
puedo, apago el móvil. La melodía que cada mañana me despierta deja de sonar, doy
media vuelta en la cama y sigo durmiendo.
Escucho
golpes en la puerta de mi cuarto. Es mi madre, que avisa de que se va a
trabajar y de que se me hará tarde si no me levanto ya. Pero tengo tanto sueño…
Bostezo y abrazo mi almohada, sin intención de moverme hasta dentro de un rato.
De
repente abro los ojos y miro el reloj. Las siete menos cuarto. Me pongo en pie
casi de un salto y comienzo a vestirme todo lo rápido que puedo. Termino de ponerme
la camiseta en la cocina y me cojo dos magdalenas y un zumo para desayunar en
el cercanías que me lleva al instituto. Por suerte, anoche me preparé la
mochila antes de acostarme y ya tengo todos mis libros dentro, así que la cojo
y cierro la puerta de mi casa con llave, bajo las escaleras a toda prisa y
corro hasta la estación. Los rayos de sol del amanecer de esta mañana de marzo
me ciegan hasta que me acostumbro a ellos. Ya podría llover hoy… Odio los días
soleados.
Las
siete en punto. Si el tren no ha salido aún debe de estar apunto de hacerlo, y
yo apenas estoy entrando a la estación de Alcalá de Henares. Corro todo lo
deprisa que puedo y me tropiezo con un hombre alto y corpulento. Le grito que
lo siento mientras sigo corriendo. ¡No puedo perder el tren después de todo lo
que he estudiado! No debería haber ganduleado en la cama… Parece que el mío, el
de Alcobendas, aún no se ha puesto en marcha, pero justo unos instantes después
de conseguir entrar de un salto en el cuarto vagón, me cierran las puertas. Las
siete y un minuto. Me tambaleo un poco cuando el tren empieza a moverse y
sonrío satisfecha, aún jadeando.
Camino
por el pasillo y tengo suerte de encontrar un par de asientos libres dentro de
este mismo vagón. No me gusta sentarme al lado de ningún desconocido. No por
nada en especial, simplemente soy de naturaleza tímida; prefiero sentarme sola
junto a la ventanilla, encender mi reproductor de música y sentarme a mis
anchas. De modo que eso hago, rebusco en mi mochila hasta encontrarlo y me
pongo los auriculares. Acto seguido, cojo las magdalenas que había guardado y
empiezo a comer. Al fin podré escuchar el disco que me pasó hace un par de días
ese chico de mi clase con el que no suelo hablar muy a menudo, pero con quien, en
realidad, desearía pasar el mayor tiempo posible. No es muy alto, sólo algo más
que yo, y tiene unos ojos verdes preciosos y una corta melena de color castaño
oscuro. Es distinto a los otros chicos, simpático y gracioso, y no le gusta ser
el centro de atención: también es algo tímido.
Ya
vuelvo a pensar en él, y no quiero. Cierro los ojos con fuerza y suspiro. Subo
el volumen de mi reproductor, a ver si así evito pensar en ello. O tal vez
debería repasar mis resúmenes de Historia. O hacer los deberes que debí haber
hecho y que no hice por tener que estudiar. Saco mi agenda y busco el día de
hoy. Nueve, diez… Aquí está, jueves once. ¡Inglés! Sabía que se me olvidaba
algo importante: hoy debería tener terminada la redacción que el profesor mandó
hace una semana. Miedo me da… Pero ya no tengo tiempo, ni en broma. Miro el
reloj, las siete y dieciocho.
Quizás podría hacer el borrador y en el patio pasarla a limpio. Miro a la
ventana. Ya ha amanecido prácticamente del todo, pero las nubes aún tienen ese
color rojizo que tanto me gusta. Bah, que le den a la redacción. Cierro la
agenda sobre mi regazo y apoyo la barbilla sobre mi mano, mirando al exterior.
Lo
cierto es que el disco no está nada mal, al menos las primeras canciones. De
repente, deja de sonar la música. Echo un vistazo al reproductor y veo que se
ha apagado. Vaya… Se me olvidó coger una pila con las prisas. Suspiro resignada
y me quito los auriculares, enrollo el cable en el aparato y lo guardo en la
mochila. Aún son las siete y veintitrés. Genial, el resto del trayecto sin
música, ¡qué aburrimiento! Aunque realmente ya no me queda mucho, porque suelo
bajar en la parada de Recoletos, justo después de Atocha. Me cruzo de brazos y
me hundo ligeramente en el asiento. Miro a mi alrededor. A veces es curioso
observar a la gente, nunca sabes lo que te puedes encontrar. Aunque estoy tan
acostumbrada a subir en este tren que básicamente ya sé lo que hay: estudiantes
de instituto o trabajadores que tienen que desplazarse para hacer su día a día.
En los dos asientos contiguos hay un chico algo mayor que yo, que aparenta por
los dieciocho. Debe estar en Bachillerato… Yo entraré el año que viene en
Bachillerato (aún no sé si letras o artes… pero desde luego no en el de
ciencias, ¡se me dan fatal!). Lleva una gorra blanca que pone NYC en letras negras,
y viste con ropa una o dos tallas más grande de lo que debería. Rapero,
supongo. No le gustaría mi música. Tiene un teléfono móvil en las manos y la
mirada inmersa en la pantalla, mientras pulsa teclas a una velocidad increíble.
A su lado no hay más que una mochila, toda pintada con graffitis hechos con
rotuladores permanentes, que muestran palabras o frases prácticamente
ilegibles. Delante hay dos asientos más, que están situados en dirección
contraria a la habitual, mirando hacia mí. En el lado de la ventana hay un
hombre mayor, que mira hacia fuera con los ojos cansados puestos en ningún
sitio en particular, con aire pensativo. Junto a él está sentada una mujer de
mediana edad, trajeada y con el pelo recogido en una cola que va jugueteando distraídamente
con su anillo mientras sostiene un maletín negro sobre su regazo. A estas horas
no es nada extraño ver a gente de negocios viajando hacia Madrid.
Suspiro
y vuelvo a mirar al reloj, son las siete y treinta y cuatro; ya falta menos
para llegar a mi destino, sólo dos paradas más. Bostezo y guardo la agenda en
la mochila. De nuevo me viene a la cabeza el chico de mi clase, aunque
realmente no sé por qué me molesto, no merece la pena, porque él no se fijará
en mí. Estoy convencida de que no soy su “tipo”, aunque tengamos gustos
parecidos. De hecho, creo que ya va detrás de una chica, esa de la clase del B,
alta y rubia. No es gran cosa ella, pero en fin…
Doy
un leve respingo cuando mi móvil comienza a sonar en mi bolsillo y vibra tres
veces seguidas. El corazón me da un vuelco, ¡es un mensaje suyo! Lo abro
corriendo con la respiración agitada y lo leo, con la impresión de que en
cualquier momento se me va a salir el corazón del pecho. Me pregunta que qué
tal el fin de semana y que si me ha gustado el disco, y también me dice que
tengo que explicarle algo relativo al examen. Y también… Que quiere hablar
conmigo sobre algo importante. Tras leer el mensaje un par de veces más, con
una inevitable y tonta sonrisa en los labios, bloqueo el móvil y lo dejo donde
estaba. De nuevo vuelvo la vista a la ventana, muriendo de ganas por saber de
qué querrá hablar.
De
pronto, un fuerte estruendo. No ha sonado muy lejos de aquí, quizás a la altura
del último vagón. Noto temblar el asiento. Todos los pasajeros nos giramos y
miramos a la puerta que nos separa del quinto vagón, desconcertados. Tras unos
incómodos segundos de silencio sepulcral comienza a escucharse algunos
murmullos entre la gente. El rapero continúa toqueteando el móvil ajeno a lo
que ocurre, hasta que súbitamente las luces del tren parpadean un par de veces
y se apagan. El ambiente entre los pasajeros se hace cada vez más tenso, un
escalofrío me recorre todo el cuerpo, comienzo a sudar. Los segundos no pasan. Escucho
las voces inquietas de la gente y a cada murmullo siento
que no tardará en llegar el pánico.
Apenas
un minuto después vuelve a escucharse el mismo estruendo, esta vez mucho más
fuerte y ensordecedor que el otro, acompañado de algunos leves gritos ahogados
del resto de pasajeros, y me tambaleo en el asiento. Mi corazón late deprisa,
demasiado deprisa, y de repente cierro los ojos.
Noto
un denso y desagradable hedor, y un sabor metálico en mi garganta. Oigo chillidos
a mi alrededor y mi cabeza palpita intensamente. Me doy cuenta de que ya no
estoy sentada, es más, creo que estoy tumbada en el suelo. No puedo estar
segura: mi piel no siente nada. Trato de abrir los ojos lentamente y, cuando lo
consigo, me doy cuenta de que estoy boca abajo y veo un montón de manchas negras,
rojas y amarillas, desenfocadas. Hay alguien tirado en el suelo, junto a mí,
del cual apenas puedo ver más que su brazo, de piel oscura. Demasiado oscura,
de hecho… Continúan los alaridos de terror, o quizás dolor, por todas partes.
Como no cierren la boca me estallará la cabeza. Vuelvo a cerrar los ojos y
escucho una voz masculina cerca de mí.
-
¿Estás bien? Vamos, contesta, te he visto intentar moverte… Dime si estás bien,
por favor…
Quiero
responderle, no estoy segura de cómo estoy, porque ni siquiera sé qué ha
pasado, pero como mínimo querría decirle algo. Pero no puedo; trato de despegar
los labios y mis músculos no me responden. Y tampoco puedo abrir los ojos.
-
Déjala, está… Joder, está muerta… -oigo otra voz, imposible de identificar. Apenas
puedo entender lo que dice, pero ya no vuelvo a escuchar la voz anterior.
Mi
corazón reduce poco a poco sus latidos, que también cesan en mi cabeza. Dejo de
notar ese extraño olor y el desagradable sabor metálico, y ya no escucho
gritos. Sigo sin entender lo que pasa, pero cada vez estoy más y más tranquila.
Intento
sonreír, no sé bien por qué, pero no puedo, me resulta imposible; los músculos ya
no me responden en absoluto.
Probablemente
tenga razón. Probablemente, ya esté muerta.
Dios mío
ResponderEliminarxDD esas palabras lo dicen todo.. asias^^
ResponderEliminarAi señor oscuro Sharuman TTxTT
ResponderEliminar