"Make'em laugh, make'em cry, but over all... make'em wait"
(C. Dickens)

sábado, 3 de julio de 2010

"Como siempre"


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Suena el despertador del móvil en mi mesita de noche. Las seis y veinticinco de la mañana. Anoche me acosté tarde estudiando para el examen de Historia de hoy y estoy muerta de sueño, de modo que alargo el brazo y, abriendo los ojos como puedo, apago el móvil. La melodía que cada mañana me despierta deja de sonar, doy media vuelta en la cama y sigo durmiendo.
Escucho golpes en la puerta de mi cuarto. Es mi madre, que avisa de que se va a trabajar y de que se me hará tarde si no me levanto ya. Pero tengo tanto sueño… Bostezo y abrazo mi almohada, sin intención de moverme hasta dentro de un rato.
De repente abro los ojos y miro el reloj. Las siete menos cuarto. Me pongo en pie casi de un salto y comienzo a vestirme todo lo rápido que puedo. Termino de ponerme la camiseta en la cocina y me cojo dos magdalenas y un zumo para desayunar en el cercanías que me lleva al instituto. Por suerte, anoche me preparé la mochila antes de acostarme y ya tengo todos mis libros dentro, así que la cojo y cierro la puerta de mi casa con llave, bajo las escaleras a toda prisa y corro hasta la estación. Los rayos de sol del amanecer de esta mañana de marzo me ciegan hasta que me acostumbro a ellos. Ya podría llover hoy… Odio los días soleados.
Las siete en punto. Si el tren no ha salido aún debe de estar apunto de hacerlo, y yo apenas estoy entrando a la estación de Alcalá de Henares. Corro todo lo deprisa que puedo y me tropiezo con un hombre alto y corpulento. Le grito que lo siento mientras sigo corriendo. ¡No puedo perder el tren después de todo lo que he estudiado! No debería haber ganduleado en la cama… Parece que el mío, el de Alcobendas, aún no se ha puesto en marcha, pero justo unos instantes después de conseguir entrar de un salto en el cuarto vagón, me cierran las puertas. Las siete y un minuto. Me tambaleo un poco cuando el tren empieza a moverse y sonrío satisfecha, aún jadeando.
Camino por el pasillo y tengo suerte de encontrar un par de asientos libres dentro de este mismo vagón. No me gusta sentarme al lado de ningún desconocido. No por nada en especial, simplemente soy de naturaleza tímida; prefiero sentarme sola junto a la ventanilla, encender mi reproductor de música y sentarme a mis anchas. De modo que eso hago, rebusco en mi mochila hasta encontrarlo y me pongo los auriculares. Acto seguido, cojo las magdalenas que había guardado y empiezo a comer. Al fin podré escuchar el disco que me pasó hace un par de días ese chico de mi clase con el que no suelo hablar muy a menudo, pero con quien, en realidad, desearía pasar el mayor tiempo posible. No es muy alto, sólo algo más que yo, y tiene unos ojos verdes preciosos y una corta melena de color castaño oscuro. Es distinto a los otros chicos, simpático y gracioso, y no le gusta ser el centro de atención: también es algo tímido.
Ya vuelvo a pensar en él, y no quiero. Cierro los ojos con fuerza y suspiro. Subo el volumen de mi reproductor, a ver si así evito pensar en ello. O tal vez debería repasar mis resúmenes de Historia. O hacer los deberes que debí haber hecho y que no hice por tener que estudiar. Saco mi agenda y busco el día de hoy. Nueve, diez… Aquí está, jueves once. ¡Inglés! Sabía que se me olvidaba algo importante: hoy debería tener terminada la redacción que el profesor mandó hace una semana. Miedo me da… Pero ya no tengo tiempo, ni en broma. Miro el reloj, las siete y dieciocho. Quizás podría hacer el borrador y en el patio pasarla a limpio. Miro a la ventana. Ya ha amanecido prácticamente del todo, pero las nubes aún tienen ese color rojizo que tanto me gusta. Bah, que le den a la redacción. Cierro la agenda sobre mi regazo y apoyo la barbilla sobre mi mano, mirando al exterior.
Lo cierto es que el disco no está nada mal, al menos las primeras canciones. De repente, deja de sonar la música. Echo un vistazo al reproductor y veo que se ha apagado. Vaya… Se me olvidó coger una pila con las prisas. Suspiro resignada y me quito los auriculares, enrollo el cable en el aparato y lo guardo en la mochila. Aún son las siete y veintitrés. Genial, el resto del trayecto sin música, ¡qué aburrimiento! Aunque realmente ya no me queda mucho, porque suelo bajar en la parada de Recoletos, justo después de Atocha. Me cruzo de brazos y me hundo ligeramente en el asiento. Miro a mi alrededor. A veces es curioso observar a la gente, nunca sabes lo que te puedes encontrar. Aunque estoy tan acostumbrada a subir en este tren que básicamente ya sé lo que hay: estudiantes de instituto o trabajadores que tienen que desplazarse para hacer su día a día. En los dos asientos contiguos hay un chico algo mayor que yo, que aparenta por los dieciocho. Debe estar en Bachillerato… Yo entraré el año que viene en Bachillerato (aún no sé si letras o artes… pero desde luego no en el de ciencias, ¡se me dan fatal!). Lleva una gorra blanca que pone NYC en letras negras, y viste con ropa una o dos tallas más grande de lo que debería. Rapero, supongo. No le gustaría mi música. Tiene un teléfono móvil en las manos y la mirada inmersa en la pantalla, mientras pulsa teclas a una velocidad increíble. A su lado no hay más que una mochila, toda pintada con graffitis hechos con rotuladores permanentes, que muestran palabras o frases prácticamente ilegibles. Delante hay dos asientos más, que están situados en dirección contraria a la habitual, mirando hacia mí. En el lado de la ventana hay un hombre mayor, que mira hacia fuera con los ojos cansados puestos en ningún sitio en particular, con aire pensativo. Junto a él está sentada una mujer de mediana edad, trajeada y con el pelo recogido en una cola que va jugueteando distraídamente con su anillo mientras sostiene un maletín negro sobre su regazo. A estas horas no es nada extraño ver a gente de negocios viajando hacia Madrid.
Suspiro y vuelvo a mirar al reloj, son las siete y treinta y cuatro; ya falta menos para llegar a mi destino, sólo dos paradas más. Bostezo y guardo la agenda en la mochila. De nuevo me viene a la cabeza el chico de mi clase, aunque realmente no sé por qué me molesto, no merece la pena, porque él no se fijará en mí. Estoy convencida de que no soy su “tipo”, aunque tengamos gustos parecidos. De hecho, creo que ya va detrás de una chica, esa de la clase del B, alta y rubia. No es gran cosa ella, pero en fin…
Doy un leve respingo cuando mi móvil comienza a sonar en mi bolsillo y vibra tres veces seguidas. El corazón me da un vuelco, ¡es un mensaje suyo! Lo abro corriendo con la respiración agitada y lo leo, con la impresión de que en cualquier momento se me va a salir el corazón del pecho. Me pregunta que qué tal el fin de semana y que si me ha gustado el disco, y también me dice que tengo que explicarle algo relativo al examen. Y también… Que quiere hablar conmigo sobre algo importante. Tras leer el mensaje un par de veces más, con una inevitable y tonta sonrisa en los labios, bloqueo el móvil y lo dejo donde estaba. De nuevo vuelvo la vista a la ventana, muriendo de ganas por saber de qué querrá hablar.
De pronto, un fuerte estruendo. No ha sonado muy lejos de aquí, quizás a la altura del último vagón. Noto temblar el asiento. Todos los pasajeros nos giramos y miramos a la puerta que nos separa del quinto vagón, desconcertados. Tras unos incómodos segundos de silencio sepulcral comienza a escucharse algunos murmullos entre la gente. El rapero continúa toqueteando el móvil ajeno a lo que ocurre, hasta que súbitamente las luces del tren parpadean un par de veces y se apagan. El ambiente entre los pasajeros se hace cada vez más tenso, un escalofrío me recorre todo el cuerpo, comienzo a sudar. Los segundos no pasan. Escucho las voces inquietas de la gente y a cada murmullo siento que no tardará en llegar el pánico.
Apenas un minuto después vuelve a escucharse el mismo estruendo, esta vez mucho más fuerte y ensordecedor que el otro, acompañado de algunos leves gritos ahogados del resto de pasajeros, y me tambaleo en el asiento. Mi corazón late deprisa, demasiado deprisa, y de repente cierro los ojos.

Noto un denso y desagradable hedor, y un sabor metálico en mi garganta. Oigo chillidos a mi alrededor y mi cabeza palpita intensamente. Me doy cuenta de que ya no estoy sentada, es más, creo que estoy tumbada en el suelo. No puedo estar segura: mi piel no siente nada. Trato de abrir los ojos lentamente y, cuando lo consigo, me doy cuenta de que estoy boca abajo y veo un montón de manchas negras, rojas y amarillas, desenfocadas. Hay alguien tirado en el suelo, junto a mí, del cual apenas puedo ver más que su brazo, de piel oscura. Demasiado oscura, de hecho… Continúan los alaridos de terror, o quizás dolor, por todas partes. Como no cierren la boca me estallará la cabeza. Vuelvo a cerrar los ojos y escucho una voz masculina cerca de mí.
- ¿Estás bien? Vamos, contesta, te he visto intentar moverte… Dime si estás bien, por favor…
Quiero responderle, no estoy segura de cómo estoy, porque ni siquiera sé qué ha pasado, pero como mínimo querría decirle algo. Pero no puedo; trato de despegar los labios y mis músculos no me responden. Y tampoco puedo abrir los ojos.
- Déjala, está… Joder, está muerta… -oigo otra voz, imposible de identificar. Apenas puedo entender lo que dice, pero ya no vuelvo a escuchar la voz anterior.

Mi corazón reduce poco a poco sus latidos, que también cesan en mi cabeza. Dejo de notar ese extraño olor y el desagradable sabor metálico, y ya no escucho gritos. Sigo sin entender lo que pasa, pero cada vez estoy más y más tranquila.
Intento sonreír, no sé bien por qué, pero no puedo, me resulta imposible; los músculos ya no me responden en absoluto.
Probablemente tenga razón. Probablemente, ya esté muerta.

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