Las olas te susurran acerca de
amores rendidos, perdidos, cansados de esperar un momento que nunca llegará. Y
tú, hastiada, cansada de ese vacío y de que las palabras adecuadas nunca
consigan abrirse paso entre el miedo y la excesiva cordura de esa gente que no
arriesga nada, te refugias en todos esos fantasmas de tu corazón, en los “¿y
si…?”, y en burdas imitaciones de esas voces que tan poco se atreven a
pronunciar. Te conformas con los sueños, con tu absurda convicción de que en el
fondo de su corazón todo es distinto, que él también se muerde la lengua cuando
te mira y de que algún día, por fin, algo cambiará. Pero ¿de qué sirve? Cuando
sus miradas y sonrisas te abren las puertas de su corazón y te prometen el
cielo y la luna, cuando te hablan claramente de amor, de pasiones acalladas a
golpe de moralismo y decoro, pero al mismo tiempo sus labios lo niegan y sus
manos permanecen inmóviles… ¿De qué sirve? No se está mordiendo la lengua, ni
siquiera le pasa por la cabeza. Sólo lo siente. Y se lo niega. Y tú, ingenua,
vuelves una y otra vez a ver fantasmas, a creer que él está constantemente
pensando en ti, que “no puede” hacer ni decir nada. Sí que puede, claro que
puede. Pero nada tiene sentido si lo único que hace con esos sentimientos es
dejar que mueran dentro de él, intactos, inexplorados, malgastados.
Pero el mundo sigue girando. Contigo o sin
ti. Con o sin él. La vida sigue. Y de ti depende seguir con ella o caer al
vacío. Este mundo es para los valientes, para los que se atreven, para los que
arriesgan. No pierdas el tiempo con alguien que no sabe distinguir entre poder
y querer, entre afecto y amor.
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